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47,50 €El establecimiento del Protectorado de España en Marruecos, en 1912, constituye el epílogo de un proceso geopolítico iniciado décadas atrás que venía a culminar el reparto de África entre las potencias europeas. La partición de Marruecos estuvo precedida de un largo período de penetración comercial, cultural y política, durante el cual se elaboró un nuevo corpus de conocimiento geográfico sobre el Magreb. Viajeros, misioneros, diplomáticos y militares participaron en la elaboración de ese conocimiento, que primero legitimó la acción imperial, y luego sirvió de soporte a la práctica colonial.
Este trabajo pone el foco sobre uno de esos agentes del imperialismo. En concreto, estudia las actividades desarrolladas en Marruecos por la Comisión de Estado Mayor creada en 1882 con el fin de reconocer y cartografiar el territorio del Imperio alauí.
El período estudiado se extiende durante las tres décadas que precedieron a la instauración del Protectorado, una etapa durante la cual los gobiernos de España y Marruecos mantuvieron relaciones diplomáticas plenas. La investigación se cierra en 1912, cuando la época de la «penetración pacífica» había tocado a su fin y había dado comienzo el ciclo de guerras coloniales que marcarían trágicamente tanto la historia de Marruecos como la de España.
Las misiones asignadas a la Comisión de Estado Mayor en Marruecos (en adelante, para abreviar, Comisión de Marruecos) eran de naturaleza diversa: recabar información sobre la situación política del Imperio y sobre las elites marroquíes, realizar tareas de inteligencia militar, efectuar descripciones geográficas de las ciudades y territorios reconocidos, y llevar a término levantamientos cartográficos. Sin descuidar los otros elementos, el énfasis de la investigación realizada recae en los mapas.
La hipótesis asumida es que los mapas constituyen un buen «marcador» de los proyectos imperiales y de las estrategias del imperialismo. La cartografía revela con particular claridad las prioridades de la acción política, y también pone al desnudo sus limitaciones. Se parte aquí de la premisa de que la documentación cartográfica constituye una fuente usualmente más solvente que los discursos, los artículos, los libros de viaje y los relatos de exploraciones. Hacer discursos y escribir libros es barato. Los viajes de «exploración», que podían ser muy rentables en términos de propaganda colonial, constituían una operación puntual relativamente económica. Hacer mapas, en cambio, es muy caro y requiere mucho trabajo. Antes de la era de la fotogrametría, los levantamientos cartográficos exigían movilizar equipos de expertos y mantenerlos sobre el terreno mucho tiempo. También era precisa una costosa inversión adicional para dibujar los mapas y, eventualmente, imprimirlos. Los mapas marcan la diferencia entre propaganda colonial y acción imperial. Es poco concebible una política imperial ambiciosa sin cartografía. Los mapas también mienten, pero su sesgo puede descubrirse con relativa facilidad.
La carrera colonial iniciada en la década de 1880 por las potencias europeas en África se efectuó sobre territorios que estaban poco o nada explorados (por los europeos), y aún mucho peor cartografiados. Al analizar el estado de la cartografía a finales de la década citada, un experto señaló que de todo el continente africano tan sólo 518000 kilómetros cuadrados habían sido objeto de levantamientos cartográficos regulares. Para el resto del inmenso continente había tan sólo mapas generales de pequeña escala, que cubrían aproximadamente un 41% del área total, y cartas de las principales vías de comunicación, con una cobertura adicional del 21%. Para el holgado tercio restante no existía ningún tipo de cartografía que pudiera considerarse fiable. Con la excepción de las colonias de asentamiento, como Argelia, que contaban ya con una administración colonial establecida, no había siquiera organizaciones cartográficas capaces de acometer levantamientos sistemáticos.
En este contexto, la labor cartográfica de la Comisión de Marruecos reviste un marcado interés. Los mapas de los cartógrafos militares españoles pueden considerarse los primeros documentos geográficos precisos sobre el territorio marroquí. En especial, los planos urbanos formados entre 1882 y 1912 constituyen un corpus documental de incalculable valor para conocer la morfología de las principales ciudades del Imperio, antes de que la expansión urbana del siglo