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18,05 €Las «muertes de Dios» expresan las diversas etapas ideológicas que han generado la crisis actual de la fe en Dios. Por un lado, la filosofÃa ha resaltado la incapacidad humana para hablar de una divinidad trascendente sin falsearla. Nietzsche ha sido el referente fundamental, pero no el único, al subrayar el ocaso de la divinidad judÃa y cristiana en Occidente. Pero la crisis de Dios tiene raÃces internas, comenzando con las imágenes salvajes de la divinidad en el Antiguo Testamento y el carácter proyectivo y retrospectivo de la imagen monoteÃsta. No se puede obviar la ambigüedad del Dios bÃblico y el carácter mÃtico del imaginario que lo representa. A esto hay que añadir el nuevo contexto histórico-crÃtico de los textos cristianos. Especialmente la cruz de Jesús es objeto de debate, pues hay que hacer comprender cómo el ajusticiamiento de un presunto delincuente puede convertirse en un hecho salvador y en una revelación divina. El cristianismo tiene que mostrar cómo el silencio y la no intervención de Dios puede ser la manifestación de un Dios misericordioso.
El problema se agrava con el anuncio de la resurrección y sus diversas interpretaciones, que no solo ofrecen hermenéuticas diferentes de la muerte sino también de la salvación, de las imágenes de Dios y del significado de la filiación divina de Jesús. El paso del hijo del hombre a Hijo de Dios acentúa la tensión inherente a una muerte cruenta y sus pretensiones de salvación. El ateÃsmo humanista sirve hoy paradójicamente de alternativa a la fe religiosa, surgen espiritualidades sin Dios y se opta por un absoluto impersonal en contraposición a la creencia monoteÃsta en un Dios personal. Pero la muerte de Dios en una sociedad secularizada y globalmente no religiosa puede ser una oportunidad histórica para replantear la fe en Dios. El ateÃsmo humanista y la espiritualidad cristiana pueden converger en proyectos de sentido, aunque tengan también diferencias sustanciales en su visión global del ser humano y de la vida.